RECUERDOS. Papel
Recuerdos del Trépor

2022
Papel Kozo
39 x 29 x 5 cm, 7 x 12 cm

Río

2022
Papel Kozo
72 x 92 x 5 cm, 7 x 12 cm

Paisaje

2022
Papel Kozo
31 x 36 x 6 cm, 7 x 12 cm
RECUERDOS. Papel

Recuerdos del Trépor

2022
Papel Kozo
39 x 29 x 5 cm, 7 x 12 cm



Río

2022
Papel Kozo
72 x 92 x 5 cm, 7 x 12 cm



Paisaje

2022
Papel Kozo
31 x 36 x 6 cm, 7 x 12 cm


RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel
RECUERDOS. Papel

ATRÁS SE ESCUCHAN TRUENOS

Recuerdos del Trépor
2022
Papel Kozo
39 x 29 x 5 cm, 7 x 12 cm
Río
2022
Papel Kozo
72 x 92 x 5 cm, 7 x 12 cm
Paisaje
2022
Papel Kozo
31 x 36 x 6 cm, 7 x 12 cm


La antelación de la tormenta nos llena de agobio y la atmósfera se pone densa. Las paredes funcionan como sordinas para los relámpagos, también para la lluvia y el resoplido del viento. Aproximándose el chubasco, el refugio de los edificios convierte al clima en un espectáculo contemplativo, por momentos atemorizante, pero del que igual con suerte estaremos exentos. Segando nuestro camino por las calles, el cielo roto nos sugiere encierro y pausa.

ATRÁS SE ESCUCHAN TRUENOS es un título curioso para esta muestra de Sonnia Yepez, que distante a la frase sobrecogedora, consiste de un ánimo suave y una serie de obra puntual y estricta. Doce piezas en papel blanco cuelgan de las paredes de la habitación, dividida nítidamente por tonalidades salmón y cemento que enmarcan la geometría del espacio. La silla, la puerta y el extintor de fuegos también entran a hacer parte del juego cromático, señalando tal vez que la adecuación expositiva es impostada, transitoria: No es una cualidad del lugar sino una puesta en escena fácilmente desmantelable. Sobresaliendo del temple postizo de la arquitectura, una sensación más orgánica se desprende de la serie monocroma que está entreabierta a ser dibujo, escultura y pintura al mismo tiempo. Los cuadros esculpidos en papel hacen referencia a una exposición tradicional, muchos de los marcos son profusamente decorados y parecen de una época anterior, y sin embargo, cuando depositamos la mirada en su opacidad sólo nos encontramos con algunos pliegues, ciertas manchas, y la huella del plástico burbuja que los recubre de forma virulenta.

El laborioso calco logra confundir y pareciera que dentro de estos señuelos vanos se guardan piezas aún sin desenvolver. Las fichas técnicas los relacionan con distintas pinturas de la Escuela de la Sabana, estudios atmosféricos de bruma, niebla y amplios espacios de firmamento que en el paso del siglo XIX al XX innovaron la manera de entender el paisajismo en Colombia. Se crea entonces un camino de doble mirada a la oquedad, partiendo de la amplia nada que da fondo en dichas telas para culminar en estos ejercicios concretos de vaciado. La revisión entre los dos grupos de obra, distantes por más de un siglo, no culmina en la llana replicación formal sino que es una especie de llamado, una unión conceptual a través de las épocas. Pareciera que dos momentos de la exposición se hubieran fundido en un sólo espacio, haciendo que estas planicies nubosas se eleven a la altura de la visión y nos confronten con la ausencia de sus imágenes. Por todo esto da la impresión que la artista busca segar la trayectoria del habitual tiempo, el cual percibimos como un vector que va del pasado hacia el futuro sin estados intermedios.

En el compendio de todo el trabajo de Sonnia Yepez nos encontramos con una suerte de mediobjetos, esculturas que de maneras extrañas aúnan dos estados temporales o formales de las cosas, artefactos que parecen encontrarse en una perpetua latencia de transformación que nunca culmina. Al corporizar y unificar estados distantes de la materia, estas cosas nuevas oscilan entre varias identidades y pueden generar incluso una cierta sensación de agobio, pues se revelan frente a la solidez de la identidad, a las certezas que nos permiten nombrar las cosas y crear narraciones y significados con ellas. Esta exposición es ejemplo de ello, simulando ser pretérita y presente, brincándose los bordes de lo habitual desde los permisos que da la imagen, y haciendo uso de la poesía para encausar por otra senda lo que creíamos definitivo. Como la niebla, las identidades son fluidas y porosas, y aunque de lejos las podemos señalar con el dedo, cuando nos vamos acercando a ellas se hace cada vez más difícil determinarlas, dividirlas de lo que las circunda, nos envuelven. En la intemperie del edificio, un estandarte hace visible la brisa con su ondulación. El textil tiene impresa una nube que iguala la naturaleza fluida y leve de su soporte, pero contradiciendo su uso tradicional como demarcación de territorios y legislaciones, dado que sería imposible proponer como territorio político un cuerpo efímero, aéreo y de naturaleza errante. La bandera parece otro intento por comprender lo provisional de las entidades físicas, de estos mediobjetos que transitan entre definiciones discordantes y no alcanzan a llegar a una identidad plena. Buscando romper la idealidad de ciertos contenedores de imágenes, las márgenes de lo mutable sobresalen en toda la exposición a través de metáforas climatológicas, de truenos atrás de las paredes y atmósferas colmadas de sí mismas. Segando alegóricamente dichas contingencias, nos quedan imágenes clausuradas y símbolos transitorios.


William Contreras Alfonso
Abril 2022