LLAVE MIXTA
Piedra tallada
15 x 2,5 cm
(Texto que hizo parte de la investigación curatorial para la exposición individual
de Sonnia Yepez en Museo La Tertulia, 2018)
El tiempo de las piedras es otro tiempo.
Sus heridas y sus materias son los segunderos y minuteros que tiene el
arqueólogo para medir el tiempo más allá del tiempo, cuando hay que imaginarlo
todo: la edad de la piedra existe solo como imagen. Diferencia del pasado
inmediato, de la historia, del documento y del relato que tiene corporalidades y
consecuencias a la luz de un entramado de signos (la piedra se puede leer como documento).
Solo tenemos la piedra (así misma) y la ciencia para concebir de lejos un mundo
difícil de concebir, antes de la historia, incluso antes de la vida.
Por eso pensar en la edad de la piedra es contradictorio: Primero porque en la
piedra no hay un génesis ni desenlace, como parece tenerlo la vida y la historia:
bajo el afán de poner mayúsculas para empezar (nacer, nombrar), y puntos finales
para cerrar, como si las cosas se cerraran…
La piedra solo se tiene a sí misma. Y crece y decrece sin que nadie la vea; existe
como el árbol que se cae en el bosque solitario porque ella es el propio testimonio
de su caída, del polvo y la tierra adherido, de la fuerza que hizo el planeta para
comprimir materias en una sola piedra, o dividir una grande en varias pequeñas.
Las piedras que iban a ser arrojadas a la mujer sorprendida en adulterio (según la
biblia) probablemente hoy trancan una puerta o sostienen la parrilla de una fogata…
Ahora bien,
Las piedras, crudas, luego de permanecer quién sabe cuántos años por ahí,
empezaron a ser extensiones de las pasiones del ser humano. A ser golpeadas
entre sí. Antes de leerlas (leer sus edades, leer sobre lo que ellas se escribía), las
piedras empezaron a guardar otro testimonio, el del surgimiento de una vida que
no solo les daba uso, sino sentido: algunas piedras siguen siendo adoradas (por lo
menos la piedra en representación o presencia de algo más allá, lejano, que se
proyecta desde la cabeza del adorador; el símbolo se arroja sobre la piedra).
Ahora bien,
La escritura llegó como la posibilidad de convertir la idea en piedra. Instituirla;
darle cuerpo, convertir la idea en objeto contundente.
Pero,
Si la idea es una tautología, no una contundencia sino un bucle, una paradoja o un
poema, ¿Cómo la contundencia de la piedra permitiría dicha blandura? Si, por un
lado, ha sido convertida en dios, en reliquia, en cosa (o en escultura) y su función
(de la que es testimonio ya no la piedra sino (su forma) y su uso) se ha
consolidado, ya no por un planeta que junta materias sino por un ser que junta
subjetividades… Por otro lado, porque es indiferente a todo ello.
Por decirlo de otra forma, ¿Cómo lo escrito en piedra permitiría la maleabilidad
del lenguaje?
Entonces,
El arte, la alquimia y la espiritualidad son lo más cercano a la capacidad de
trasmutación que tiene el ser humano; sin tener esa capacidad “es como si”. Sin
embargo, sigue sin tenerla.
Hay un arte, cerrado y tautológico, en cuya práctica la piedra es piedra y la
subjetividad ya no se arroja sobre la piedra (ya no es, por ejemplo, un cuerpo o un
símbolo) sino que se arroja al sistema en que esa piedra llega y se muestra
(sistema del arte) donde paradójicamente la piedra puede aspirar a ser otra vez
una piedra.
Ahora bien,
Y en este sentido, se inserta este juego, uno que era necesario, y es el choque de
palabras dentro de ese sistema del arte, donde la piedra ya fue piedra pero
(a)parece otra cosa: una llave mixta tallada en mármol gris de Santo Tomás de
México. Todo en torno al silencio de su “parecer” es tautológico: herramienta sin
serlo que sigue siendo piedra pero bajo un diseño convencionalizado, bajo
parámetros de estandarización industrial… Todo contrario, pero en sí misma.
Como si se pudiera ser dos cosas a la vez es lo más cercano que tenemos de una
transmutación. Como si se pudiera ser dos cosas a la vez, y la contundencia de la
piedra tuviera por un momento la vacilación de alguna blandura: como escultura y
engaño, como herramienta y como objeto que no sirve para absolutamente nada,
pero al que habría que hallarle su uso, tal como una piedra cualquiera del río:
potencial herramienta; es decir, potencialmente sí misma.
Breyner Huertas
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