MICOS AL AIRE


Una vez, Sonnia me contó de su abuela. Riéndose, me dijo que era una mujer muy graciosa. Cuando era niña, Erly le confiaba varias palabras y la enviaba a repetirlas delante de sus tíos, lo más rápido que pudiera.

-Micos al aire, Sonnia!

Sonnia repetía tan rápido como podía.

Micos al aire,
       micos al aire,
               micos al aire,
                      micos al aire,
                             micosalaire,
                                    micosalaire,
                                           mi cosa al aire.

Todos se reían de ella. Sonnia caía en un estado de desorientación. Aún le divierte. Cuando conversábamos, me había pedido que repitiera esas palabras. Yo no lo vi venir. Me miró con una risita contenida, como quien se anticipa a la sorpresa del engaño.

Me dijo: Lore, vuelve a escuchar.

Caí en una trampa.

De niña, Sonnia supo que si, por ejemplo, repetía algo muchas veces, las palabras y su forma de sonar podían parecer otra cosa; aún más: tocar otro estado, y de alguna manera, ser algo más siendo ellas mismas. En el trabajo de Sonnia un elemento respira dentro de otro, las materias, las formas, los sonidos y las palabras oscilan indefinidamente, nunca se afirman, permanecen descolocadas, siendo una cosa y otra. En estos procesos Sonnia estudia no sólo la materialidad de los objetos, sino también sus usos, su memoria e historia cultural, para devolverlos a la mirada luego de hacerlos viajar por su universo emocional y por su propia experiencia del mundo físico.

Sonnia juega aún los juegos que aprendió en su infancia. Una infancia que sus abuelos llenaron tanto de juguetes, que como pasatiempo, hacía inventarios con ellos. De alguna manera, la veo jugar el juego de su abuela y repetir “micos al aire, micos al aire, micos al aire” hasta hacerla aparecer en las cosas, oscilante y viva.

Lorena Chávez.